Las teorías del tiempo aseguran que siempre dura lo mismo. Un gran acuerdo universal fracciona el día en partículas minimísimas que permiten contar los rastros del sol y la luna por la superficie terrestre. Hay un meandro personal en donde las medidas se ablandan. Ese tiempo líquido vive en la conciencia que tenemos de su paso. Algunas veces como catarata. Otras como gotera.
Melun es una aldea gala que se conoce con ese nombre desde el siglo VI. Situada en los alrededores de París, formó parte del imperio Romano y fue clave en la Guerra de las Galias. Enclavada en un cruce estratégico de rutas terrestres y fluviales, se convirtió en un eje sustancial para el transporte hacia París en sirgas, un tipo de barcazas arrastradas por bestias, en un recorrido que demandaba, al menos, 12 horas. Esa misma paciente calma de horas extendidas y queso brie (uno de los productos estrella de la ciudad), debe de haber acunado a Laurent Sourisseau. Hijo de un empleado de funeraria (dueño de un particular humor negro que dejaría herencia) y una ama de casa, con una infancia sencilla y apacible, encaró la escalada social obteniendo una licenciatura en leyes.