Cuenta la leyenda que Juan Manuel Fangio tenía su carácter, aunque pareciera un calmado campechano balcarceño. Que lo sacaba a la luz en las pistas y también fuera de ellas. Siempre fue su propio representante y, no siendo un jovencito cuando le tocó debatirse con los grandes de la Fórmula 1, sabía lo que quería. Esa personalidad arisca lo repelía de Enzo Ferrari. Se rondaban a distancia. Un carácter tan arisco lo alejaba de su contrincante como si fuesen dos polos del mismo signo.

El los tres primeros mundiales que ganó Fangio se cruzó con Ferrari solo indirectamente. Con la retirada de Mercedes de los torneos, Fangio se quedaba sin escudería y no quedaba mejor destino que Ferrari. El contrato se firmó para la temporada de 1956. Los egos hacían chispas. En Maranello todos sabían que Ferrari está antes que todo, incluso que el triple campeón. Eso a Fangio no le gustaba demasiado. A pesar de los éxitos, la tensión entre ambos era irrefrenable. En Monza conseguiría su cuarto titulo y uno para la escudería como la mejor de la temporada. El acuerdo llegó hasta ahí. Fangio privilegiaba la paz sobre el éxito. Pero la admiración mutua era indiscutible. Y eso daría un paso más en la herencia de ambos.
 
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