Las explosiones le marcaron el rumbo de Byung-Chul Han. Cuando en la Seúl de su niñez (nació en 1959) optó por desarmar radios y circuitos eléctricos, la tecnología empezaba a ser parte de su vida. Al elegir su destino universitario, optó por la metalurgia. Abandonó la carrera cuando provocó una explosión al experimentar con productos químicos en su casa que casi los dejó en la calle a él y a su familia.

A sus 26 años, otra vez revoleó todo por el aire, esta vez metafóricamente, y partió a Alemania. Había comprendido que la metalurgia no era lo suyo, que era un romántico amante de los libros. Para sus padres era impensable que cambiara de carrera porque para ellos la metalurgia ofrecía “posibilidades”. Les mintió escudándose en una experiencia de aprendizaje que profundizaría sus conocimientos, aunque no fue específico en qué. Como en una película de Kim Ki-duk, la imagen era algo bizarra: un coreano metalúrgico tratando de estudiar en la Universidad de Munich literatura, en lo posible romántica, sin saber alemán. “Aunque no lo crea, no me sentía como un idiota en ese momento –relata en diálogo exclusivo que mantuve con él para @LANACIONrevista –. Mal me sentía antes. Cuando llegué a Alemania no sabía ni siquiera que la filosofía era algo posible en mi vida. Era (soy, en verdad) un romántico que quería estudiar literatura alemana pero para eso tenía que leerlo todo. Iba muy despacio. Me di cuenta de que para estudiar a los filósofos alemanes no necesitaba leer rápido. Me bastaba con avanzar de a cinco párrafos por día”.

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