Las fuertes oleadas miratorias culturales acogidas por París a fines de los 60 y comienzo de los 70 expusieron a fuego máximo las ideas que ya bullían en una ciudad desbordada de utopías. Hurgar en las letras francesas era una forma de quedar inmersos en los debates que desbordaban las calles. Los latinoamericanos que migraron deslumbrados por los rayos del pensamiento amaban sumergirse en esas diatribas, para sacudir el polvo de las propias que llevaban en la única maleta de expatriados.

El centro del huracán eran los cafés y las librerías. Pero la lectura en francés tenía su límite. La tristeza de ese foráneo se vestía como una capa de cualquier estación.

El tiempo convirtió a estos espacios en el patio de atrás de la vida cotidiana. El sitio donde usar el argot de casa. Donde reconocer los tintes de una misma lengua pintada diferente. Un sitio mucho más que de libros.

Cuando los afanes culturales migratorios se adormecieron, cuando las cabezas preclaras que transitaron los cafés abandonaron las mesas, las librerías en español comenzaron a cerrar sus puertas. De a poquito. Como candelas a las que se les mengua la cera, un día la llama titila una única vez final. No quedó ninguna, salvo, la patriada de un argentino que decidió inspirarse en Camilo Cienfuegos para iniciar su propia revolución.

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https://www.lanacion.com.ar/la-nacion-revista/ocupar-el-vacio-la-ultima-libreria-en-espanol-de-paris-creada-por-un-poeta-argentino-nid25082022/