Se conoce el paradero de casi todas las antiguas 7 maravillas del mundo, excepto una. Los especialistas dicen que habría que hacer un viaje diferente para localizarla.

A un ingeniero griego llamado Philo se le debe la idea aún utilizada de la lista de las “maravillas del mundo”. Fue él quien aproximadamente en el 225 a. C. hizo un listado de lo que llamó las “temata”, aquellas “cosas para ser vistas”. Eran 7, las que hoy conocemos como las Siete Maravillas del Mundo Antiguo: las pirámides de Giza, la estatua de Zeus en Olimpia, el templo de Artemisa en Éfeso, el mausoleo de Halicarnaso, el Coloso de Rodas, los faros de Alejandría y los Jardines Colgantes de Babilonia. Son estos últimos los que siguen siendo de los más misteriosos de la enumeración.

Mientras sólo las pirámides de Giza han llegado a nuestro días, de otros cinco de ellos se cuenta con evidencia suficiente por sus ruinas o gracias a la investigación arqueológica, que han demostrado que no fueron sólo una leyenda. No obstante, el misterio sigue en pie para los Jardines Colgantes de Babilonia. Este monumento, según los investigadores, fue obra de Nabucodonosor II que vivió en Babilonia y reinó entre los años 605 y 561 aC. 

A pesar de la incesante búsqueda de arqueólogos y especialistas en documentos antiguos, no existen referencias. De hecho existe desconcierto en cuanto a dónde pudieron haber estado. De hecho, los arqueólogos en particular aún no se ponen de acuerdo en cuanto a qué significaría “colgantes”.

La mayoría de los ítems de la lista de Philo se han concentrado en el Mediterráneo oriental, sin embargo, las menciones sobre los mentados jardines instan a “un largo viaje a la tierra de los persas al otro lado del Éufrates” para conocerlos.

Fue Filón quien así describió la idea de conocer el monumento de Babilonia. Para entonces, la cultura persa había sido doblegada 100 años antes por el conquistador Alejandro Magno, quien murió en la misma Babilonia en el 323 aC. Para entonces, cuando Filón se expidió sobre la ruta posible para conocer aquello que Philo había recomendado, se calificaba a los jardines como “exóticos y remotos”.

De hecho, el texto de Philo que se conserva indica textualmente: “los ingeniosos Jardines Colgantes se dispusieron sobre una gran plataforma de vigas de palma levantadas sobre columnas de piedra. Este enrejado  se cubrió con una gruesa capa de tierra y se plantó todo tipo de árboles y flores, una labor de cultivo suspendida sobre las cabezas de los espectadores”.

El ingeniero antiguo que, gracias a su disciplina sabía qué destacar, resaltó que más allá de su condición “pendiente”,  “la maravillosa naturaleza de los jardines radica, en parte. en su variedad -describió-. Allí hay todo tipo de flores, las más deliciosas y agradables a la vista”. Otro hito que despertó su admiración fue el sistema de riego: “el agua, recogida en lo alto en numerosos recipientes amplios, llega a todo el jardín”, describió.

Apenas pistas

En el afán de recoger señales, las investigaciones ahondaron en el tiempo. Se han localizado textos de Calístenes, historiador de la corte de Alejandro y sobrino nieto del filósofo Aristóteles, también de un biógrafo de Alejandro Magno, Cleitarchus, que estaba escribiendo a fines del siglo IV a. C. Sin embargo ambos trabajos han llegado a nuestros días sólo por réplicas y comentarios porque los textos originales ya no existen.

Un sacerdote babilónico llamado Berossus que vivió a principios del siglo III a. C. aeguró que el rey Nabucodonosor II construyó los jardines en Babilonia en honor a su esposa, Amytis de Media, para llevar hasta ella el exuberante paisaje de su Persia natal.

La coincidencia de todas las versiones localizadas radica en la condición de suspendido y escalonado. Sin embargo, sorprende que los escritos que describen a Babilonia realizados por el historiador griego Heródoto un siglo más tarde del reinado de Nabucodonosor, no menciona los jardines en absoluto. Tampoco se citan en los pocos escritos que se conservan de la época del propio rey. 

Durante las primeras excavaciones de las ruinas de Babilonia, dirigidas por el arqueólogo alemán Robert Koldewey entre 1899 y 1917, se desenterró una estructura en el Palacio Sur. El especialista consideró que ese trozo podría ser uno de los sostenes de los jardines. Realizado en piedra tallada resistente a la humedad, técnicamente podría ser un sustento apropiado de la estructura. Pero, estudios más actuales, coinciden en que el edificio puede haber sido un almacén, por la evidencia que se encontró más tarde con detalles de distribución y conservación de especias.

Koldewey, de todos modos, fue el responsable del descubrimiento más célebre de Babilonia, la torre en escalera que se denominó zigurat. Años más tarde su colega británico Leonard Woolley en antigua ciudad sumeria de Ur notó agujeros espaciados en distancias regulares, lo que podría ser evidencia de un sistema de drenaje o riego. Las esperanzas volvieron a ser destruidas por expertos posteriores que coincidieron en determinar que los agujeros eran un recurso de secado parejo de las construcciones.

Con los jardines a otra parte

Frente a los fiascos recurrentes, empezaron a emerger teorías que localizan a los jardines en un sitio ajeno a Babilonia. Las nuevas ideas se basan en las confusiones habituales entre los que dieron cuenta de las civilizaciones antiguas que hablaban indistintamente en ocasiones de Asiria y de Babilonia.

Tras una investigación reciente, la especialista en la cultura asiria de la Universidad de Oxford, Stephanie Dalley, ha sostenido que la maravilla antigua no fue construida por Nabucodonosor en Babilonia, sino en Nínive por el Senaquerib (r. 704-681 a. C.). La especialista base sus argumentos en los anales de su reinado, que se han encontrado esculpidos en piedras con forma de prisma. En uno de ellos, el rey señala: “levanté la altura de los alrededores del palacio para que fuera una maravilla para todos los pueblos. . . Un jardín alto imitando las montañas Amanus dispuse junto a él con toda clase de plantas aromáticas”.
Un pasaje que concuerda en un todo con las descripciones de los jardines que llegaron hasta nuestros días. El monte Amanus integra una cordillera en el extremo sur de la actual Turquía.

Una obra que se ha conservado contribuye a esta teoría. Un relieve de la época del nieto de Senaquerib, Asurbanipal (r. 668-627 aC), representa jardines con árboles distribuidos en una pendiente. El agua fluye desde un acueducto hacia una serie de canales llenos de peces. Los archivos de esos reinados contienen incontables referencias a los sistemas de riego. 

“Estamos a un paso de cambiar el nombre y empezar a hablar de los Jardines Colgantes de Nínive”, afirma entusiasta Dalley, quien se encuentra tras las últimas pistas concluyentes.