Que haya dulce, siempre es un sueño. Que sea ese regalo que nos quita de cualquier escenario no tan grato o nos proyecta a otra instancia superior si la base es buena. Pero que con él se pueda casi imaginar que se chocan copas, eso sí que es algo que solo La Goulue pudo imaginar.

Desde hace más de tres mil años -500 más de lo que se pensaba hasta ahora, revela un nuevo estudio- el ser humano come chocolate. Los investigadores creen que el chocolate fue descubierto accidentalmente, cuando indígenas de América Central que producían cerveza con la pulpa de las vainas de cacao aprendieron a utilizar los desechos del proceso.

Esta nueva información sobre el origen del chocolate fue obtenida de vestigios de cacao encontrados en fragmentos de cerámica que datan entre los años 1100 y 800 a. C. y que se hallaron en excavaciones arqueológicas realizadas en las cercanías de Puerto Escondido, Honduras, entre 1995 y 2000.

El chocolate moderno se prepara con la fermentación de semillas de cacao, árbol nativo de la región ecuatorial. Hacia el año 1100 a. C., antiguos productores de cerveza utilizaban vainas de cacao para fabricar sus bebidas. El proceso consistía en fermentar dichas vainas (un poco más pequeñas que una moderna pelota de fútbol americano) para luego utilizar la pulpa en la producción de cerveza.

Curiosamente, entonces, el origen viene de pensar el alcohol cerquita del chocolate. Justo lo que la gente de La Goulue Chocolatier decidió emprender.

Cuentan que su idea mágica, que traslada a aquellas tradiciones oiginarias, fue inspirada por la famosa bailarina del cancán parisién, inmortalizada por Henri de Toulouse-Lautrec apodada “La glotona”, conocida en la Belle Époque como “La Reina de Montmartre”. Se hizo famosa rápidamente por su desparpajo, extroversión y arriesgada costumbre de vaciar de un trago las copas de los clientes. La marca asegura que estas características definen la esencia de sus productos: auténtico, osado e incomparable.

Sueños líquidos y dulces

En 2010 tuvieron un sueño. Inspirados por los viñedos y paisajes mendocinos se dessafiaron a juntar dos placeres de tantos disfrutan: el vino y el chocolate. Durante un par de años se dedicaron a probar en su cocina casera hasta que encontraron la combinación perfecta.

Así nacía el primer chocolate relleno de vino del mundo. Allí, en ese mismo sitio tan privado, comenzaron a producirlo. Y muy pronto, en 2014, debieron mudar la tarea a una fábrica. El producto gustaba y mucho. Tanto que fueron reconocidos dos veces por el “Internacional Chocolate awards” que se realiza en New York. Año a año suman lanzamientos que sorprenden por las experiencias y originalidad de la artesanía gourmand, como el primer alfajor relleno de vino.

Son la combinación perfecta entre el mejor chocolate belga y los varietales argentinos más sofisticados. Como emblema de nuestro país no podían dejar de pensar en algo más original que un alfajor cubierto con cobertura de chocolate belga, relleno con cordón de dulce de leche y con corazón de Malbec.

El mismo varietal se destaca por la intensidad de su color rojo rubí y por su sabor amaderado y frutal. Este exquisito mix se completa con la textura del más puro chocolate con leche 35% de cacao ofreciendo una sensación aterciopelada y lujuriosa en boca.

La elegancia y complejidad del Cabernet Sauvignon se fusionan con el sabor del chocolate semi amargo 55 % de cacao. Frutos rojos, fragancias especiadas y notas suaves de eucalipto se perciben en el paladar con la delicadeza y la suavidad del cacao.

El último lanzamiento es la combinación de un vino dulce de postre con aromas intensos a mora y ciruela, con un chocolate semi amargo Belga 55% de cacao ofreciendo una combinación única y persistente en boca.

Y la joya de la corona son las barras de chocolate, en nuevas presentaciones, más sabores en presentaciones de 47g se busca que la experiencia sea para todo momento y en cualquier lugar. Barras de chocolate belga semiamargo relleno de mermelada natural de naranja, con reducción de cerveza Jaimaica Dubbel, reducción e Malbec Rose o de torrontés o cabernet.

Hay que tener mucha aventura en el corazón para animarse a mixturas impensadas. Hay que estar abierto a que salga un desastre porque sólo en los desbalances es que el diapasón encuentra el ritmo. Y este chin chin entre chocolate y vino suena como cristal, como ese sonido celestial que sólo escuchan los paladares perfectos.