Cuando en mayo de 1961 el barón Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza adquirió Joven pareja, de Emil Nolde, iniciaba un cambio de rumbo en el coleccionismo de la saga Thyssen. Si durante el periodo de entreguerras su padre, Heinrich Thyssen, había reunido una extraordinaria colección de maestros antiguos, entre los años setenta y noventa del pasado siglo él desarrolló una intensa actividad coleccionista de los principales movimientos artísticos del siglo XX, entre los que el expresionismo ocuparía un lugar primordial. Expresionismo alemán, esa es la propuesta que se anuncia en el Thyssen-Bornemisza.

En 1993, el Estado español adquirió la mayor parte de la colección Thyssen y una significativa selección de obras del expresionismo alemán pasó a pertenecer al Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, un arte hasta entonces inexistente en las colecciones españolas. Por primera vez en décadas, la exposición Expresionismo alemán en la colección del barón Thyssen-Bornemiszareúne estas obras con el conjunto de pinturas expresionistas que quedó en manos de su mujer, Carmen Thyssen-Bornemisza, y de sus hijos, ofreciendo además una mirada renovada sobre los cuadros que cambia su habitual distribución cronológica en las salas.

Con esta muestra, que cuenta con la colaboración de la Comunidad de Madrid, arranca la conmemoración en el museo del centenario del nacimiento de Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza, que se celebra en 2021. A lo largo del próximo año están previstas otras reinstalaciones y presentaciones temáticas de la colección del barón, como las de pintura norteamericana o una selección de obras del depósito de la colección Thyssen en el Museo Nacional de Arte de Catalunya, ambas programadas para el otoño de 2021, o un conjunto de esculturas, pinturas y piezas de orfebrería adquiridas por el barón y actualmente en las colecciones de la familia, que podrá verse desde la primavera.

Expresionismo alemán en la colección del barón Thyssen-Bornemisza está comisariada por Paloma Alarcó, jefa de Pintura Moderna del museo, quien ha articulado esta nueva visión de las obras en torno a tres conceptos: el proceso de creación de las pinturas, su temprana recepción por parte de la crítica y el público, hasta su denigración por el régimen nazi y su ulterior rehabilitación en la posguerra, y por último, la relación del barón con sus marchantes y los proyectos expositivos que organizó para difundir su colección en el contexto internacional.

Las pinceladas expresivas, los colores antinaturales y contrastantes de los expresionistas atrajeron de inmediato la mirada del barón Thyssen. Su interés se centró, en primer lugar, en las obras del grupo Die Brücke (el Puente), de Dresde, y más tarde en los componentes del Blaue Reiter (el Jinete azul), activos en Murnau y Múnich, y en otros expresionistas que desarrollaban su actividad paralelamente. Todos compartían una misma forma de entender el arte que partía de la visión interior del artista y sustituía la imitación de la realidad por la invención de una realidad nueva.

Los expresionistas del Brücke aspiraban tender un “puente” entre las esencias del pasado germánico y un futuro utópico, pero también entre la vida y el arte. El taller fue para ellos un laboratorio de nuevas ideas, decorado con esculturas cercanas a las de los pueblos primitivos, batiks estampados o muebles rústicos fabricados por ellos mismos, para reivindicar una era preindustrial pura y sin contaminar. También fue esencial para este movimiento de vanguardia la relación entre el hombre y la naturaleza, y el paisaje se transformó en su estudio al aire libre.

Obras como Fränzi ante una silla tallada (1910) y Desnudo de rodillas ante un biombo rojo (1911-1912), de Ernst Ludwig Kirchner, o Ante la cortina roja (1912), de Erich Heckel, ilustran en la primera sala de la exposición, Talleres, ese papel protagonista del estudio del pintor en sus cuadros, mientras que Verano en Nidden (1919-1920), de Max Pechstein, Puente en la marisma (1910), de Emil Nolde, o Fábrica de ladrillos (1907), de Eric Heckel, forman parte entre otras de Exteriores, tercer capítulo de la muestra. Entre ambas, un espacio dedicado a los Referentes culturales, en el que las pinturas de los jóvenes expresionistas cuelgan junto a Les Vessenots en Auvers (1890), de Van Gogh, Atardecer (1888), de Munch, o Idas y venidas(1887), de Gauguin, para mostrar el interés que despertaron en ellos estos pioneros de la modernidad, cuya obra pudieron conocer de primera mano a través de publicaciones y exposiciones organizadas en diversas ciudades alemanas. La forma de expresar las emociones internas por medio del color de Van Gogh, el componente exótico y primitivo del arte de Gauguin y su nueva forma de vivir en libertad, y el expresionismo existencial y radical de Edvard Munch fueron algunos de los principales aspectos que despertaron su admiración. Así lo recordaría años más tarde Max Pechstein: “Con gran orgullo nos sentíamos portadores de una misión, vinculada artísticamente al holandés Van Gogh y al noruego Edvard Munch.”

Mucho más místico y simbólico es el expresionismo de los artistas del Blaue Reiter, Wassily Kandinsky, Franz Marc, August Macke, Paul Klee, Lyonel Feininger, Alexej von Jawlensky o Johannes Itten, entre otros, que fueron paulatinamente derivando hacia postulados cada vez más abstractos.

La conexión entre tradición y modernidad a través de la abstracción de las formas es una de las características que muchos de ellos tuvieron en común y que se recogen en el siguiente capítulo de la exposición, Aires populares, con obras de Kandinsky como Bagatella n.2 (1915), Casa giratoria (1921) de Paul Klee, Húsares al galope (1913) de August Macke o El velo rojo (1912) y Niño con muñeca (1910) de Jawlensky, quien años más tarde afirmó: “Mi alma rusa estuvo siempre cercana al arte ruso antiguo, a los iconos, al arte bizantino, a los mosaicos de Rávena, Venecia y Roma y al arte románico. Todas estas formas artísticas causaron en mi alma una profunda vibración, pues sentía en ellas el verdadero lenguaje espiritual.”

La mayoría de estos artistas escribieron manifiestos y organizaron muestras programáticas como vehículo de divulgación de sus ideas artísticas y poco a poco fueron alcanzando cierto reconocimiento de crítica y público. En el siguiente capítulo, Difusión, se reúnen algunas de las obras que acabaron formando parte de la colección Thyssen y que fueron incluidas en las primeras exposiciones tanto colectivas como individuales del Jinete Azul; entre ellas, Vista de una plaza (1912) de Paul Klee, Pintura con tres manchas (1914) de Kandinsky, Circo (1913) de Macke y Barcos (1917) de Lyonel Feininger.

La creciente difusión pública de los expresionistas se vio interrumpida con el inicio de la Gran Guerra. Hacia 1913 el grupo inicial del Brücke ya se había dispersado y cada artista siguió su trayectoria por separado; Macke y Marc fallecieron en el frente; Kandinsky volvió a Rusia; Jawlensky se refugió en Suiza… En la década siguiente, mientras que algunos de ellos como Feininger, Itten, Kandinsky o Klee se trasladaban a Weimar y luego a Dessau para trabajar en la Bauhaus, otros, como Grosz o Beckmann, traducirían plásticamente la descomposición interna de la sociedad alemana añadiendo a sus pinturas una potente carga alegórica y un ácido sarcasmo.

La política: persecución y estigmatización

Los expresionistas sedujeron al barón Thyssen por su colorido y por su fuerza expresiva, pero también por razones políticas. El coleccionismo era para él una forma de recuperar la memoria de un cuadro, una manera de salvarlo del peligro del olvido.

Desde la subida al poder de Hitler, el régimen nacionalsocialista puso en práctica su política de depuración artística y organizó diversas exposiciones de condena, entre las que Entartete Kunst (Arte degenerado) es la que más ha quedado marcada en la memoria histórica del arte del siglo XX. Se abrió en Múnich, la capital del nazismo, en julio de 1937, y recorrió diversas ciudades del país.

Varias pinturas hoy en las colecciones Thyssen y que entonces formaban parte de los fondos de los museos alemanes fueron requisadas y denigradas por los nazis. Entre ellas, la más destacada sin duda es Metrópolis(1916-1917), de George Grosz. El cuadro, adquirido en 1924 por la Kunsthalle de Mannheim, fue confiscado e incluido en la mencionada exposición difamatoria de 1937, en la que, sobre las pinturas de Grosz, podía leerse: “Arte como herramienta de propaganda marxista contra el servicio militar”.

Cuando todavía no había terminado la itinerancia de esta muestra, los nazis decidieron sacar al mercado algunas de las obras incautadas para recaudar fondos para la guerra. Así fue como salieron a la venta, por ejemplo, Nubes de verano (1913) de Nolde o Retrato de Siddi Heckel (1913) de Erich Heckel, que más tarde serían adquiridas también por el barón Thyssen y que ahora se reúnen de nuevo en este capítulo de la exposición.

Los marchantes: rehabilitación y recuperación

Tras la guerra, la rehabilitación de los expresionistas fue prácticamente inmediata. En los primeros años de la posguerra se puso en marcha una intensa labor de recuperación del arte moderno alemán para intentar redimir el infortunio sufrido durante el nazismo. Los museos alemanes volvieron a adquirir sus obras y se multiplicaron las publicaciones y exposiciones sobre este movimiento para devolverle la dignidad ante el público alemán. La primera exposición dedicada a recuperar la memoria delBrücke se organizó en 1948 en la Kunsthalle de Berna, pero la muestra más relevante fue la gran retrospectiva presentada en el Museum Folkwang de Essen, en 1958. Entre las obras expuestas estaban seis óleos que posteriormente entraron en la colección Thyssen, como Fränzi ante una silla tallada y Doris con cuello alto (h.1906), de Kirchner, o Sol sobre un pinar (1913), de Karl Schmidt-Rottluff.

El primer contacto del barón Thyssen con el arte expresionista se produjo a través de la Stuttgarter Kunstkabinett, una sala de subastas propiedad de Roman Norbert Ketterer que, desde su apertura en Stuttgart en 1946, a comienzos de la posguerra, había sido pionera en la promoción y venta del arte moderno alemán e internacional con el firme propósito de limpiar el nombre de aquellos artistas que habían sido calificados por el Tercer Reich como degenerados. Ketterer, que en 1962 trasladó su sede a Campione d’Italia, muy cerca de Villa Favorita, se convirtió en buen amigo del barón y, entre 1961 y 1987, en su principal proveedor de pinturas expresionistas.

Es relevante destacar que Hans Heinrich comenzó a adquirir obras de los expresionistas justo en los inicios de su revalorización y que, con su actividad coleccionista, contribuyó en gran medida a su rehabilitación. A La joven pareja (1931-1935) de Nolde, su primera compra a Ketterer en mayo de 1961, siguieron otras ese mismo año como Casa en Dangast (1908) de Heckel o Feria de caballos (1910) de Pechstein, hasta llegar a adquirir a través suyo una treintena de pinturas en años sucesivos. En 1987, La cala (h.1914), de Kirchner, sería la última venta de Ketterer al barón. Pero en aquellos años también tuvo relación con otros marchantes de arte alemán del siglo XX como Leonard Hutton, quien le vendió El sueño (1912), de Franz Marc, y diversas obras de otros artistas del Blaue Reiter.

Durante años había intentado sin éxito encontrar en el mercado una obra importante de Franz Marc. Finalmente, mi insistencia se vio recompensada cuando pude comprarle ‘El sueño’, de 1913, a Leonard Hutton en Nueva York. Hutton es otro marchante al que debemos elogiar por conceder a los expresionistas alemanes el lugar que merecen.

El barón Thyssen fue un coleccionista interesado por la historia de los cuadros que adquiría y se sintió especialmente atraído por obras emblemáticas, que contaran con un pasado memorable. El sueño es sin duda el mejor ejemplo. El cuadro fue regalado por Marc a su compañero Kandinsky poco después de terminarlo. Durante el tiempo que este estuvo en Rusia (de 1914 a 1921), la obra quedó bajo la custodia de Gabriele Münter y fue presentada, por deseo expreso de Maria Marc, esposa del pintor, en las exposiciones celebradas en Múnich y Wiesbaden en 1916 con motivo de la muerte de Marc. Años después, fue seleccionado para la International Exhibition of Modern Art de la Societé Anonyme celebrada en Nueva York y en varias ciudades americanas durante 1926 y 1927. Cuando el barón Thyssen la compró todavía pertenecía a Nina Kandinsky, segunda esposa del pintor.

El catálogo de la exposición está lleno de todas estas pequeñas o grandes historias que se esconden detrás de cada una de las pinturas, resultado de un minucioso trabajo de investigación que ha permitido recopilar los detalles de sus ‘biografías’, antes y después de ser adquiridas por el barón.

La colección: una imagen global / Internacionalización

Tras heredar la mayor parte de la colección de su padre, fallecido en 1947, el barón Thyssen comenzó a adquirir pinturas pensando en continuar su labor y, durante quince años, coleccionó únicamente obras de maestros antiguos. Pero, a finales de los años 1950, empezó a sentirse incómodo con las ideas heredadas de su padre, que despreciaba el arte moderno. El descubrimiento del expresionismo y sus primeras adquisiciones de obras de Kirchner, Nolde, Kandinsky o Marc, atrajo su interés hacia los principales movimientos artísticos del siglo XX, dando lugar a una intensa actividad coleccionista de las vanguardias en las décadas siguientes.

Pero, al margen de la innegable pasión por el arte que siempre guio su espíritu coleccionista, la ambición de Hans Heinrich Thyssen fue la construcción de una imagen global para la colección, con una clara vocación pública. Con este propósito, a partir de 1960 puso en marcha una frenética actividad expositiva por todo el mundo para mostrar los diferentes aspectos de su enciclopédica colección. Esta política expansiva le desvinculaba del anterior nacionalismo alemán que había guiado a su padre y le identificaba con los valores de la nueva identidad alemana no belicista, más moderna e internacional.

Si bien algunas de las primeras adquisiciones expresionistas fueron incluidas en las exposiciones internacionales dedicadas al arte moderno, la primera y única muestra monográfica dedicada al expresionismo alemán en la colección Thyssen se inauguró en 1989 en Villa Favorita, en Lugano, antes de viajar al año siguiente a Washington, Fort Worth y San Francisco. La Ludwigskirche en Múnich (1908) de Wassily Kandinsky, que aparece en la portada del catálogo, colgaba en aquella ocasión junto a una selección de las obras maestras del expresionismo propiedad del barón Thyssen que ahora vuelven a compartir espacio en este último capítulo, y en el resto de la exposición, completando esta visión renovada de su colección