A un puerto se llega luego de ver mundo. Morata crea una experiencia a partir de ser camino. Con mixtura y sentido, se come viajando con el plato y la palabra.

 

Tiempos turbulentos los que nos tocan. Crearon en nosotros tormentas imperfectas. De esas que nos sumergen y parecen dejarnos en la oscuridad, pero aún en ese océano profundo, las estrellas de mar, los peces payaso y los corales comienzan a inspirar. Dan ánimo para ir hacia la superficie. Morata es un proyecto que atravesó las tempestades. Se ideó precuarentena con otra esencia. El parate trajo temores. El tránsito arrojó pérdidas de las más dolorosas, pero cuando el guante estaba rozando el suelo, un susurro le dio suficiente aire para llevarlo a volar.

Con sentido preconcebido, inauguró el 22 de diciembre en una casona retransformada con cariño por la arquitectura. Un ingreso que da cobijo. Amabilidad en el trato desde el comienzo, un salón recibidor que distribuye en las diferentes dependencias, y la guarida favorita, que balconea a la vereda, como para no perderse detalle del Chacarita más cool. Allí, en esa dependencia, un par de sillones mullidos y otras tantas mesas (¡vale la pena copiar el reciclado!) albergan los sueños de cocina que suena a lo lejos con sonidos buenos para el paladar.

La carta comenzó acompañando la idea de birrería que despuntó en los planes originales. Sin embargo, las constelaciones familiares que se unen hasta llegar al nombre de Morata y la magia propia de la estancia, reconvirtieron la idea por su propio peso.

Hoy, las puertas se abren con ansias de recibir a quien contarle una historia de inmigración que vuela por varios continentes, revoluciones, dispersiones y encuentros, sin fronteras. Aún más, con límites difusos que convergen en ideas gastronómicas con identidad peculiar.

No falta la hamburguesa o la criolla milanesa. Sin embargo, se esmeraron en escuchar el paladar del vecino, e idearon una carta que acaba de estrenarse. Fresca, con seguridad de hacerlo a la altura de lo que se espera, dignificando los ingredientes y la magia del chef. Emergen entradas sencillas, pero abundantes y gustosas. Platos de fondo con diversidad de gustos, como para que todos encuentren aquello que satisfaga el deseo.

Mis favoritos: los wraps. Como buena viajera, la idea de ver a Morata reflejada en sus múltiples destinos en rellenos ingeniosos,  que saben abundantes, seducen al verles las entrañas en su harakiri al plato y derrumban el misterio en el primer bocado.

Los postres: justos, precisos, necesarios. Enumerados con inteligencia.

Se vienen tiempos tentadores porque la imaginación vuela alto. Mejor no adelantar mucho. Por ahora, dejate seducir con un viaje que invita a comer y rememorar. Que los sabores y aromas son, en definitiva, el mejor recuerdo de las historias que nos contaron.