Encontrarle la vuelta a  las tantas ofertas de carnes es un desafío no sencillo. Aquí una familia, con atención al arte del comer en casa, ofrece con éxito una manera personal de reinventarse en estos tiempos.

Los locales de carnes parten siempre de un proyecto gastronómico. Sin el buen corte, no hay nada más. Y en Estancia Don Ramón lo han entendido. .

Pero si algo han hecho bien es en subirse a la idea de experiencia. No se trata ya sólo de buena carne. Sino de atravesar un tiempo enriquecido durante el propio hecho de la compra. La marca se ha convertido en un imán de arte y principios en materia cárnica. Exihibe un rostro con historia, no sólo por la apariencia, sino por la materia prima que llevan en las venas.

Esa memoria es la marca en el orillo.

El gran éxito de Estancia Don Ramón se emparenta con respetar las tradiciones familiares. En el fondo de sus productos  se huele el campo, la cruz del asado, el chimichurri hecho en casa.

El almuerzo campero se avecina inspirados en cortes de carne de pastura, chorizo y salchica bombón. La bandera se enarbola con el ojo de bife. Las presentaciones incluyen carne trozada fresca con una vida útil que se extiende hasta la semana. Sus carnes al vacío proveen se conservan hasta tres meses y llegan en versiones con o sin hueso. Siempre con la propuesta de imponer tecnolocía para ganar en terneza.

Una belleza que primero se ve en los colores potentes y generosos de las piezas envasadas. Más tarde se huelen sobre las brasas mejorando las expectativas, hasta llegar al plato explotando con sabores genuinos, de campos bien amados.