De orígen árabe, con una definición anclada en el término “panal de miel”, el alfajor se ha convertido en emblema argentino de la dulzura. Alfajores Porteñito se animó a patear en tablero y darle vida a una nueva identidad.
Consumido por una amplia mayoría de argentinos. Regalo obligado para propios y emigrados, las valijas se llenaban de la costa cuando no había alternativa, y ahora lo hacen desde Ezeiza (cuando lo cuarentena lo permitía) para soltar alguna lágrima golosa en el destinatario.
Algunos sostienen que el pionero que creó el alfajor argentino propiamente dicho fue el químico francés Augusto Chammás, que abrió en Argentina una fábrica de dulces, entre los que se destacaba un alfajor redondo. Sin embargo, no todos están de acuerdo. Otra corriente sostiene que el primero en masificarlo fue el santafesino Hermenegildo Zuviría, apodado “Merengo”.
Alfajores Porteñito nace de una familia con ansias de ofrecer productos de primera calidad.
Corría el año 2002, cuando Bibiana y Sergio dieron los primeros pasos de aprendizaje, pero una vez que encontraron la verdadera identidad, la volcaron en la elaboración propia. Con los años, Marcos y Lucio, sus dos hijos, se sumaron a este sueño emprendedor.
Descubrieron que hay un determinado público que solo busca artículos premium y a ellos tienen en vista.
De tal manera, ponen en sus manos toda la línea de productos elaborados bajo pautas artesanales y materia prima de excelente calidad.
Esa palabra que siempre me parece memorable, pero que se encuentra poco, pasión es lo que reina en este concepto en vías de expansión: ser ese detalle terminado a mano, donde cada impulso define la puntada final.
Como en esas sorpresas de la abuela, resueltas con sus manos, que acariciaba al producto, como a vos.