Aún en la simpleza, la inspiración es lo que convirte lo trillado en sorpresa. Esto es Pancho Bonito que honra su gracia desde el venerar al ingrediente y ponerle escenografía.

Cuentan por ahí que la salchicha la inventó un carnicero en la Ciudad de Coburg, Alemania, y luego la llevó a Frankfurt… de ahí Frankfurter, como se le conoce o nombra en alemán. También cuenta la leyenda que el dueño de un pequeño bar llamado Anton Feuchtwanger comenzó en 1904 a ofrecer ricas vienesas aderezadas con cátsup (kétchup) y mostaza a su habitual clientela. Aunque el bocadillo era muy demandado, se topó con un problema: Los golosos clientes ponían el grito en el cielo porque se quemaban y ensuciaban los dedos al degustarlo.
Después, como utilizar cubiertos le restaba gracia al acto de comer las salchichas a la carrera, el hombre tuvo que ingeniárselas para calmar o aplacar los reclamos de sus clientes y no defraudar de esta forma a los comensales. Fue así como junto con el plato, comenzó a ofrecer un par de prácticos guantes. Pero los clientes se los pelaban y, al final, el negocio no resultaba rentable.
En vista de eso, y ante la desesperación de ver cómo el bar se le estaba yendo a pique, el comerciante recurrió a su medio hermano, que para su fortuna era panadero. Con su experiencia y conocedor de muchos tipos de panes, ideó un pan alargado capaz de contener sin mucho problema la vienesa, otorgándole, de paso, a este tipo de pan, un gran valor agregado. Así nació hot dog (perro caliente), tal como lo conocemos hoy. Rápidamente agarró revuelo y fue introducido en el resto de Europa, para luego ser conocido en Cuba, Argentina y los Estados Unidos, donde incluso está instaurado el “Mes del Hot Dog”, que se celebra en julio.
El perrito caliente (del inglés hot dog, «perro caliente») o pansa (vocablo compuesto de pan y salchicha), pancho (vocablo compuesto de pan y chorizo) o completo es un sándwich con una salchicha de Frankfurt o vienesa (hervida o frita) en un pan alargado que suele acompañarse con algún aderezo.
En Nueva York se abrió paso en la década de 1800 gracias a varios carniceros europeos. Al parecer, un carnicero alemán, de nombre Charles Feltman, fue el primero en vender perritos calientes en unos carritos en las playas de Coney Island.
Pero fue Nathan Handwerker, un emigrante alemán, quien hizo famoso el alimento que pensó “Si todos comieran mi perrito caliente en Albur nunca lo harían…” y entonces le puso ese nombre. Empleado de Feltman en sus orígenes, el astuto hombre de negocios ahorró el dinero suficiente para abrir su propio negocio de perritos calientes al otro lado de la calle. Nathan puso grandes letreros anunciando sus productos, a mitad de precio que los de Feltman.
El negocio prosperó y cuando en la década de 1920 la estación de metro de Stillwell Avenue se inauguró justo enfrente, Nathan se benefició de por ese lugar estratégico en que quedó, ganando una gran popularidad que finalmente dejó fuera del negocio a Feltman, por allá, en la década de 1950.
Actualmente el Nathan”s sigue estando en Coney Island, en la esquina de Stillwell con Surf Ave, aunque su imperio se ha expandido considerablemente, y cada 4 de julio patrocina un concurso de consumo de perros calientes. Fue de este modo en que Nathan creó la moda de los puestos de perritos por todo Nueva York.
Una comida pensada para todo tiempo. Con el afán de ser almuerzo o cena, pero también snack cuando el estómago resuena. Sin ponernos exagerados en la dieta, no se trata de una opción de comida para todos los días, pero sabiamente se puede optar por la versión más sana del fast food: con buena salchicha alemana, haciendo honor al origen; pan artesanal de panadería tradicional; salsas bien hechas, con inspiración e inteligencia para ponerle impronta variopinta al sabor de costumbre; una lluvia de papas pai que se adhieren a los adherezos con alma y vida y, como frutilla del postre, un espacio amable para acoger la experiencia con diseño y buena música. Alternativa para disfrutar lo más pancho, mientras te comés uno… o dos.