La competencia parrillera es alta. El saber popular es mucho. Sin embargo, hay un espacio que se gana su lugar con toques de originalidad que le ayudan a sobresalir. El Origen Pulpería, en Chenaut,  tiene todo el encanto rural que se necesita.

Un patio verde, donde la ruta se derrama el ingreso y más allá. Ese mismo sitio con antepasados de grandes operaciones y riqueza agropecuaria. Un interior propicio donde encontrar cobijo de las inclemencias del tiempo sin perder contacto con la naturaleza. Un ámbito para gozar del aire libre. Con cierto tono de glamour campero nacional, acompañado de rusticidad genuina, las instalaciones espaciosas sugieren, desde la primera mirada, un encuentro distintivo con las carnes.
La parllla y las pastas llegan exquisitas, la música (al fin) un rock nacional de calidad, porque se puede ser rural sin necesidad de sumergirse solamente en la zamba.  Una experiencia gastronómica yogui, con la calma de los fuegos a paso lento.
Todo está a la vista.
Árboles y suaves ondulaciones bonaerenses se conjugan en el restaurante de El Origen Pulpería, y su food truck en el hall de entrada de este campo propio, donde livings de estilo casamiento rural, se esparcen en la llamura. Un sitio que se animó a repensar un clásico argentino con inspiración que no se queda sólo en la estética, profundiza también en la carta.

De la mano de la historia

La pulpería era un centro de abastecimiento de vestuario, medicinas, herramientas, alimentos, objetos de uso cotidiano; también, un lugar de sociabilidad donde los pobladores se reunían a conversar sobre acontecimientos políticos, chismes y a realizar actividades de esparcimiento. Se las podía encontrar tanto en la ciudad como en la campaña.
Los viajeros de la época describieron a la pulpería como una taberna donde acudía la gente de campo. Se trataba de un rancho con una sala principal y la trastienda, con paredes de adobe y techo de paja, piso de tierra apisonada o de ladrillo cocido. La entrada de la casa daba sobre el camino y tenía un cuadrado abierto en la pared, a veces protegido por barras de madera o hierro apoyadas sobre un mostrador, a través de la reja el propietario despachaba a los clientes. Éstos quedaban protegidos bajo un cobertizo. Detrás del mostrador, y apoyados sobre estantes, exhibían los productos que tenía a la venta.
Algunas pulperías contaban con mesas y bancos en los que los clientes se sentaban  en ocasiones a jugar al truco y a beber o a deleitarse con el sonido de una guitarra y los versos de algún payador.
El palenque fue un elemento que caracterizó a la pulpería. Allí los concurrentes ataban sus caballos y, muchas veces, sin descender de ellos, tomaban unos tragos y conversaban con otros asistentes.
El presente lo preside un gran abrazo volcado sobre lo que llaman Puerto Chenaut. Las entradas seducen con clásicos reversionados. Las empanadas fritas son livianas como martinetas en el campo. Las ensaladas saben mejor de lo que se puede prever y las armás a tu gusto. Una tradición nacional. El pan también tiene su homenaje y te debatía en el clásico “no me quiero llenar que viene la comida”, pero es casi imposible resistirse.
Las carnes y las pastas son de premio. Hay mucho cuidado en la materia prima. La carta es corta y es perfecta. No hace falta más. Es como en casa: se cuida lo que te sirven y hacen con ojo lo que cuecen. Lomo, ¡te amamos!
Postre: clásico, gourmet o casero… sabor real. Flan para no olvidar.
  Un paseo que te invita a volver, a quedarte, a disfrutar de la brisa, las nubes sombreando cuando quieren, la atención amorosa y relajada, corazón contento al salir. Pancita que dice: ¿cúando volvemos?