Tres años después de la muerte del pintor, el Musée de l’Orangerie destaca la obra de Sam Szafran (1934-2019). Desde principios de la década de 1960, alejado del mundo del arte y sus modas pasajeras, el artista ha desarrollado un trabajo atípico en el retiro del estudio. Por su acercamiento figurativo y poético-onírico a la realidad, ocupa un lugar único, al margen de movimientos bien identificados, y por tanto poco estudiados en la historia del arte de la segunda mitad del siglo XX. Nacido en París, en el seno de una familia de origen judío-polaco, Szafran vivió una infancia particularmente difícil, marcada por las catástrofes de la Segunda Guerra Mundial que, a partir de entonces, le hicieron preferir una forma de soledad artística. Luego se centró, de manera asombrosa y permanente, en su propia existencia y sus estados interiores, dando lugar a algunos temas favoritos. 

El trabajo del artista vuelve constantemente a un número muy limitado de temas, para él existenciales, que tienen en común la descripción de su entorno inmediato: talleres, escaleras y follaje. La economía parsimoniosa de las representaciones se ve contrarrestada por una fiebre cautivadora de experimentación, que funciona como un ancla lanzada en la historia del arte. Szafran descubrió al principio de su carrera las técnicas de Edgar Degas, el gran maestro de los pasteles del siglo XIX, cuyo interés por el color y la luz trató de actualizar a su manera individual y contemporánea. ¿Quién, en 1960, podría haberle enseñado este tipo de saber hacer? De forma autodidacta, también se introdujo en la acuarela, otro campo de investigación artística que desarrolló con ardor hasta el final de su vida, sintetizado en su aspiración a la alianza del pastel y la acuarela, “seca y húmeda”. 

Entre sus contemporáneos, Szafran designó al cine ya Alberto Giacometti como sus mentores. Le hicieron entender el espacio y el movimiento. El artista pone entonces a prueba la mirada, deformando y deconstruyendo la perspectiva, en lugares cerrados, herméticamente encerrados en sí mismos. Con el paso del tiempo, estos se abrieron, se fragmentaron para dar lugar a visiones fragmentadas donde se multiplican los planos de temporalidad en los que los espacios se conjugan y confrontan, simbólicos de un orden desaparecido para siempre. En este sentido, Szafran es un hombre de su tiempo.

Aunque está presente en importantes colecciones francesas e internacionales, la obra de Sam Szafran rara vez se ha presentado, la mayoría de las veces en el extranjero. Se le dedican tres exposiciones en la fundación Maeght en Saint Paul-de-Vence en 2000 y en la fundación Pierre Gianadda en Martigny en 1999 y luego en 2013. En París, tras una exposición que le dedicó el Musée de la Vie Romantique en 2000, el Musée d’Orsay honró dos de sus obras en la exposición “Le mystique et l’azzle. Les pasteles du musée d’Orsay” en 2008. En 2010 se organizó una retrospectiva en Brühl en el Max Ernst Museum. El Musée de l’Orangerie ofrecerá, a través de más de sesenta pasteles, acuarelas y carboncillos, un recorrido por la obra de Sam Szafran. Se centrará en los tres temas principales que han cruzado su carrera, los talleres, las escaleras y el follaje. 

La exposición invitará a descubrir la obra del pintor a través de la multiplicidad de variaciones dentro de los grandes conjuntos –la rue de Crussol estudio (1969-1972), los invernaderos y el follaje (1968-2014/16), la imprenta Bellini (1972-1976), las escaleras (1974-2005) y los paisajes urbanos (1997-2014) poniendo, por primera vez, el acento en los procesos de elaboración de la obra. Cuadernos, álbumes Polaroid, montajes fotográficos y un cortometraje producido en el taller arrojarán nueva luz sobre la creación de imágenes fascinantes y misteriosas.